
El buen arte erótico antiguo, que hoy se llamaría vintage, sigue provocando. Ejemplo de ello es la vigencia de las estampas más famosas de Shunga, la corriente de artistas japoneses que, en grabados o en pinturas, construyeron algunas de las fantasías sexuales más obscenas e interesantes de la historia del arte. Juegos de túnicas y kimonos, vello púbico, pieles blancas, pulpos gigantes y penetraciones retratadas con detalle son algunos de sus elementos recurrentes.
Jeff Faerber, residente en Brooklyn, quiso reinterpretar estas escenas pictóricas desde Occidente y desde la posmodernidad. En sus postales sexuales los penes han aumentado ostensiblemente su tamaño y las vulvas aparecen hinchadas; hay piercings, tatuajes tribales, consoladores, ipods y alguna bandeja de sushi barato. Con esta serie de dibujos en acrílico y lápiz, Faerber retrata el sexo urbano en la actualidad y al mismo tiempo homenajea a sus maestros del Shunga y de los grabados japoneses, como Katsushika Hokusai, Kitagawa Utamaro y Utagawa Kunisada.
Algo que Faerber encuentra interesante de la pornografía antigua es que cuando empezó a popularizarse, sus creadores sufrían por su reputación: “Hoy el Shunga se expone en museos, galerías de arte veneradas, cafés y librerías, se considera respetable en la mayoría de sociedades que aún consideran de mal gusto las expresiones contemporáneas de sexo. Espero con interés al siguiente siglo, cuando estas obras serán vistas como excelsas y valoradas con los meñiques en alto”, explicaba a The Huffington Post.
El de Jeff Faerber es un Shunga a lo Robert Crumb que, a pesar de la saturación pornográfica en la sociedad actual, no solo pone en apuros al personal en la oficina: sigue resultando excitante y provocador.










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