
Si te tatúas, lo más normal del mundo —y también lo más incómodo— es que un amigo o conocido te pregunte casi entre exclamaciones: ¿qué vas a hacer con eso cuando tengas 70 años? Pero la respuesta puede ser muy sencilla: exhibirlos y apreciarlos tanto como ahora lo hago.
Da igual que la piel caiga, da igual que las canas sobresalgan, da igual que el tiempo haya pasado, y que los hijos, o los nietos, o la última etapa de tu vida esté por llegar. Los tatuajes son los símbolos que decidimos que nos representarán, y estarán dentro de nosotros para siempre.
No son heridas de guerra, pero sí cicatrices de vida. Esas mismas que en ocasiones recorren la red y conforman curiosos álbumes llenos de abuelitos y abuelitas con el cuerpo lleno de tinta.
Es hermoso imaginar sus historias, y es emocionante pensar en cómo se las contarían a sus hijos: “¿veis esta sirena de aquí? Es vuestra abuela. Murió joven y nunca la conocisteis pero ahora sabéis dónde encontrarla”, o bien, “aquí tengo una mariposa, me la hice después de conocer a mi primer amor, fue una época luminosa y secreta”.
Navajas que simbolizan crisis, leones que simbolizan fuerza, calaveras que recuerdan los orígenes de quien las porta, y así. Todas las decisiones, e incluso las malas, guardan una buena historia dentro, y seguro que los viejecitos de estas fotos tienen muchas que contarnos.



















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