Las pinturas del joven Sean Norvet recrean un terrorífico mundo mutante lleno de estampas terriblemente familiares.
¿Cómo sería Los Angeles si la ciudad fuera devastada por una bomba nuclear y solo sobreviviesen seres mutantes bebedores de Coca-Cola Zero? La respuesta podría estar en las pinturas de Sean Norvet, un joven pintor que precisamente nació allí hace 27 años. Las estampas que dibuja, a medio camino entre el óleo costumbrista y el collage desquiciado, beben de la realidad de una cultura ahogada en toneladas de consumo. También hay humor en sus pinturas, mucho humor, pero va de la mano de una visión muy negra del mundo, y de un estilo visual que, como ocurre con otros pintores de la escena low browcaliforniana, se basa en el choque brutal de conceptos con un pie bien anclado en el pop.
Lo más inquietante de la mayor parte de su trabajo, sin embargo, no está en lo delirante de lo que pinta sino en lo familiar que resultan sus escenas. Como abrir un álbum de fotos y darte cuenta de que todas las personas a las que conoces son en realidad monstruos de colores radiactivos. Y después del choque, admitir que tal vez haya en ellos más verdad de la que detectamos a primera vista.
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