
En ocasiones, lo oculto es más sugerente que lo visible, especialmente cuando de sentimientos intensos se trata. Intuir un pezón o descubrir la belleza afilada de una rodilla bajo una falda puede volvernos locos. Asomarse al cuello de la camisa de un hombre y entender cada uno de sus vellos también provocará en nosotros un sentimiento de curiosidad y de felicidad. La parte por el todo. El silencio y la magia de lo oculto. La sencillez de una pantalla blanca en la que todo puede ser posible.
El artista Stephen Irwin es un especialista de la sugerencia. Su trabajo más reciente es un proyecto que juega con recuperar imágenes icónicas del erotismo vintage y convertirlas en misteriosos cuadros en donde apenas se muestra una mano que desaparece en un extraño agujero, una boca que lame olas de blanco vacío, o una constelación de planetas que unas veces son pelo, otras son carne, y otras son rosados miembros exhibiéndose con timidez.
Irwin tiene el talento ocultar, y aún así, lo que esconde siempre es más importante que cuanto enseña. El artista juega con el concepto de la censura, y también con esa obsesión que tantas veces rondó la cabeza de los poetas: ¿acaso basta la luz, o quizá es más interesante lo que el mundo oculta detrás de ella? La pornografía se convierte entonces en un tierno conjunto de poemas, y la censura alegra su rostro disfrazándose, al fin, de algo muy tierno.












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